Esta mañana, mientras me dirigía a la oficina, estaba leyendo el Libro del Padre. El tren estaba lleno ya que muchas personas también iban a trabajar. Cuando llegamos a la siguiente estación, la persona que estaba sentada frente a mí estaba a punto de bajar y supuestamente yo era la siguiente en sentarse en ese asiento. Pero una señora que estaba de pie detrás de mí, entró y se sentó en mi lugar. Al principio, me sentí enojado, pero al darme cuenta de que tenía las palabras del Padre en mi mano y las enseñanzas de la Madre en mi mente, pensé: “Tal vez ella necesita el asiento más que yo”.
Entonces, tan pronto como llegué a la oficina, mi colega se acercó y me pidió ayuda con su reporte. Mi respuesta natural es quejarme de que no puede hacerlo por sí mismo. Pero respiré hondo y me acerqué a él con amabilidad. Poco a poco lo ayudo. Dijo que lamentaba haber venido a mí muy temprano, con una sonrisa y alegría en mi corazón le respondí: “Está bien”.
Padre y Madre, gracias por enseñarme paciencia también hoy.