Todas las mañanas, mi cuñada lleva al bebé a casa de sus abuelos, y yo, la tía más pequeña, me encargo de cuidarlo y acostarlo. Al principio, me parecía demasiado duro cuidarlo, pero ahora me siento vacía los días que no está. Y aunque el bebé revuelva mi habitación, sigo siendo feliz porque siempre puedo ver la sonrisa de sus ocho dientes de leche.
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